miércoles, 26 de mayo de 2010

Historias de cocina



Tengo una diminuta cocina en un diminuto departamento pero es toda roja, caprichosamente ha ido eligiendo su color. No hay puertas que la separen de los demás espacios, por lo tanto es el centro de la casa. La reina roja que decide los olores y los sabores de nuestros días.

Poco a poco hemos ido comprando los utensilios necesarios e innecesarios para cocinar. Trastos de formas distintas y aparatos con varias velocidades. Hemos elegido meticulosamente nuestros cuchillos para cebolla, nuestro rallador de queso, el salero y el pimientero (los amamos tanto que los hemos recomprado varias veces para regalarlos).

La última compra fue un horno eléctrico. Me tardé varias semanas para atreverme a usarlo: sólo tosté unos baguels, después hice carnes. verduras, soufflés.

Nuestro primer intento de postres no resultó, no salieron los cupcakes de zanahoria con los que quería sorprender a M. Renard. Quedaron crudos, después para el cumpleaños de J. el caballo que horneamos quedó hermoso pero tan duro que era imposible meterle el diente y entonces empezamos a pensar que el horno estaría embrujado. Ningún pastel se hornearía.

Y sin querer el horno empezó a ocupar nuestros pensamientos, nuestras conversaciones. Mi madre sugirió paciencia y comprensión los hornos son como los gatos, hay que aprender a conocerlos, a entender sus ritmos y sobretodo su temperamento. Al parecer nuestro horno era bilioso, se enardecía con demasiada rapidez.

La preocupación fue tal que en un día hablando con una de mis amigas, decidimos desencantarlo. La cita sería un domingo a las 17 horas.

Contábamos con la receta infalible, A. traía sus experimentadas manos y moldes para hacer panquecitos. Le tocó la parte más difícil porque tuvo que pelearse con 250g de mantequilla y con mi torpeza. La emoción era tan grande que sólo lograba parlotear alrededor de ella.

No sé en qué consistió que las cosas salieran de maravilla, creo que fue el conjunto de las manos mágicas de A. nuestro entusiasmo, nuestras risas, nuestro cuidado (y sí también mis tropiezos) tal vez fue el aceite de mejillones que se desparramó y que la mantequilla voló incrustándose en toda clase de vidrios y muebles, pero en 20 minutos los panquecitos se "veían y olían delicioso".

Estuvimos hablando hasta las 3 de la mañana, absortas en el tiempo de los encantamientos, sin importarnos el trabajo del día siguiente.

El horno se relamía los bigotes de horno mientras se iba enfriando.

En casa se hornean pasteles los domingos, rodeados de amigos y la reina roja nos reserva las mejores texturas y los mejores sabores. La felicidad de la vida hecha a mano.

martes, 25 de mayo de 2010

Tipologías del abandono



I.
Dejé durante mucho tiempo este espacio vacío. De cuando en cuando me saturo y me voy y aunque procuro borrar las huellas, siempre vuelvo porque sé que dejo mis raíces en todos lados. Regreso a cavar con mis manos la tierra para encontrar los bulbos enterrados.

Todo lo que quise una vez, lo quiero para siempre.

II.

El abandono causa heridas y mucho desconcierto. Yo no lo comprendo al principio porque creo en la mecánica perfecta de mis partidas, creo que mis razones son evidentes, pero no lo son. No puedo dar una explicación sobre el porqué cierro mis ventanas e intento otros rumbos, es una forma de sobrevivencia, mi peor manía.
Tengo que partir de alguna manera, cambiar de cotidianidad cada tanto tiempo, llevar una vida cíclica de ires y venires.

III.

Como dejo amigos, me acompañan espectros que vagabundean conmigo. ¿Tendrá que ver con los viajes en barco, con los viajes en globo? ¿con la incapacidad de los humanos de cargar a sus muertos de forma física? ¿con la distancia que me ha generado el encuentro con la soledad? Mis afectos están llenos de sal y de neblina, de recuerdos y de súbitas palpitaciones.

IV.

El abandono es siempre un acto voluntario, pero clandestino y silencioso.


VI.

Es un verbo transitorio que puede describir una experiencia personal. Abandonarse a a la belleza o a los sentidos, abandonarse es dejarse penetrar por el mundo y su oleaje.

VII.

Hace unos días me llegó una carta con la confesión del abandono: "Durante un periodo muy corto pero muy intenso desée que sufrieras, que los caminos se te cortaran, que apenas pudieras respirar." Sonreí porque cada sentimiento me pareció natural y pensé que tal vez, que seguramente yo también hubiera deseado (por un muy corto pero muy intenso tiempo) lo mismo.

sábado, 22 de mayo de 2010

Érase otra vez

Las amapolas me siguen donde quiera que voy. Se sienten en el gusto de los trozos de pan, me crecen en la almohada, se cuelan en la tina.

Cuando me corto con una hoja, sus cuellos se alargan y empiezan a mecerse.
Murmuran "Papaver hybridum".
Murmuran "mestiza"

Yo les saco la lengua, les muestro los dientes, les enseño cuánto me gusta la leche. No soy amapola.

Soy perfecta, no tengo malos pensamientos, no miento. Jamás he sentido rabia, jamás tuve una obsesión, ni me encapriché con cosas absurdas.

Mi sangre palidisima como un suspiro, tan translúcida podría ser habitada por peces.

Pero las infames, abren mis cajones, se visten con mis encajes e insisten que no existe alguien así.

"Venenum" "Papaver somniferum"

Érase una vez obsesiva, herida.
Érase una vez embustera.

Érase una vez una naturaleza borgoña, innegable.