sábado, 10 de septiembre de 2011




¿Qué es un fantasma? Preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable —por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.
James Joyce: Ulises


I

En la época que florecen los fantasmas, también florecen las explicaciones. Los fantasmas hacen preguntas y siempre se desvanecen antes de que una pueda formular una respuesta lo suficientemente decente. Otras veces aparecen fantasmas mudos que sólo te observan pero que de igual forma buscan una respuesta. Es por eso que la temporada de fantasmas me parece terrible, ocupo mucho tiempo cuando camino, cuando me baño,cuando me lavo los dientes pensando en explicaciones

II

Fue mi cumpleaños, uno distinto al de años anteriores porque cumplí un nuevo nombre, me volví un poco más bestia, la naturaleza de amapola sintió una ruptura de sangre y supe que necesitaba más fluídos en mi nombre,por eso me llamo Piel.

III

En realidad yo no quería verte, quería estar tranquila pero con todo el cariño que te tengo me forcé a complacerte aunque sé que no lo logré porque complacerte hubiera significado una entrega y un cuerpo que ya no tengo.

III

No sé si tenemos una plática pendiente porque yo hace mucho tiempo mandé una carta y un adorno de cabello que desencadenó que sólo me mires cuando me encuentras.

IV

No sabías de mí porque no tenía ganas de que supieras de mí, sobretodo porque hay preguntas simples que no puedo y no quiero responder.

V

Yo sólo tengo una pregunta ¿Siempre has tenido todo tan claro? ¿Nunca te ha salido algo distinto, incluso muy distinto a lo que tenías planeado?

VI

Ayer preguntaste si Peau D'âne es por Peau D'âne. Una pregunta casual para iniciar una conversación, pero iniciar una conversación conmigo es meterse en laberintos. Quería que entendieras algo de mí al contestarte, qué ganas de generar un vínculo un día.

VII

Dices que eres fantasiosos pero la última vez me hablaste de trabajo, trabajo, trabajo y realidades palpables. Dice que eres fantasioso pero la única que ve fantasmas aquí, soy yo.


Queridos todos:

La curiosidad SIEMPRE me mata.

Blur To the end




El verano comenzó con fantasmas en el restaurante, sus cabezas perfectamente lisas y sus ojeras grises podían reflejarse en los espejos. Me sorprendieron las ojeras grises, pensé que estaba segura, que se habían quedado atrás, que no volvería a encontrarlos si yo no me acercaba de nuevo a los lugares polvosos donde vivían. La novedad es que los fantasmas se desplazaron, tomaron sus maletas y se mudaron a mi barrio.

Después comprendí que con los fantasmas vienen canciones, melodías que puedes tararear para quitarte el miedo. Mis fantasmas no sólo se reflejan en espejos, si no que también siguen los compases de esas canciones que comienzan a explicarlo todo: volveremos a vernos el próximo año y los que le siguen...

The Good song BLUR



Estamos en la vida de zorros, lobos, seres de colmillos, aullando para ahuyentar a las máquinas dispersoras.

martes, 7 de septiembre de 2010

No hay que tomarse tan en serio

Me refiero a que soy increíblemente afortunada, pero de un tipo distinto desde el comienzo.

De niña nunca me escogieron para representar un personaje importante en ninguna obra de teatro escolar. Nunca fui una vírgen María de manto azul y siempre ví con mucha codicia las alas de los angeles, tan luminosas que me hacían suspirar. Pero no me tocó ser angel.

Estaba hecha para otra cosa, por ejemplo para que las artes creativas de mi madre se las ingeniaran pintándome la nariz de "venado" con pintura de zapatos. Estaba hecha para ser el venado al que NUNCA se le despintara la nariz.

No fui princesa, no fui flor. Pero fui seres memorables como Cuasimodo o como el "conejo muerto" con su eterno hilo de sangre chorreando de la boca y hasta algunas veces del cuello.

Tuve la suerte de ver las cosas a través de ojos miopes y confundir lunares con chispas de chocolate, electricistas con estatuas colgantes y alacranes con mascotas.

Me distinguí siempre por las otras cosas. Cosas como agarrar todo de maneras torcidas(cucharas, plumas, tijeras, violas), cosas como las letras revueltas y los juegos de palabras y las manchas de tinta en todo lo que tocara.

A los diez años me interesé por los instrumentos de cuerdas y viví con fascinación el dolor de interminables repeticiones de escalas. No veía la tele y aunque hablaba como merólico, a veces no sabía qué decir, entonces me comunicaba por medio de cerebros que decodificaban mis pensamientos gracias a un código de dibujos.

En la adolescencia me dediqué a escribir funerales para mis conocidos. Los relatos comenzaban con un accidente, una muerte hecha a la medida para dar lugar a un funeral que desenredara todas las emociones suicidas de la edad y terminara en una lectura llena de sollozos y de abrazos.

Pero no, nada en mí era lúgubre, depresivo o antisocial.

No pertenecí a ningún clan. No fui popular o impopular. Tampoco me refugié en el silencio de las bibliotecas, ni miré con tristeza las risas de los otros.

Era loca, eso es todo, pero ahora me doy cuenta que ese "loca", era libertad. No había que aparentar, simplemente se era, aunque eso significara volverse un poco loco. Las escuelas tienen la gran cualidad, a pesar de lo que se diga, de aceptar a sus integrantes tal y como son, porque van creciendo con ellos.

Sé que hubieron formas de decir "loca" que tenían una intención de herir, de descalificar porque a lo largo de mi vida siempre he encontrado a algunos incrédulos que no pueden concebir a un ser tan complicado de aprehender como yo.

Les parezco casi irreal, casi de juego y piensan que no me es posible entender la vida real tal y como es.

Y creo que tienen algo de razón, dentro de mí hay algo incompleto, apenas esbozado que se ha revelado como un obstáculo y también como una fortaleza. No puedo tomarme con tanta seriedad y gracias a ello, me es posible entender cómo voy construyendo la vida que quiero vivir.

Es evidente que de niña me hubiera hecho feliz tener alas de ángel y agitarlas dramáticamente en un escenario, que de adolescente me habría encantado tener ese novio guapísimo por el que languidecí tres años y es muy seguro que habría agradecido mucho haber sido 5 cm más alta.

Sí, haber ganado en todas las loterías de la vida habría sido muy placentero pero me doy cuenta de que la vida no está determinada por esas loterías, sobretodo cuando desde el principio te has revelado con una fortuna distinta, apoyada en otras experiencias.

Ahora de adulta, con una novela que se quedó sin beca, que se quedó sin ese dedo que la hubiera hecho casi mágicamente algo serio, algo válido, no queda más que precisamente una historia que debe contarse, una historia que palpita con su potente corazón y que me carcome en todo momento.

¿Qué se perdió?

Al final, no se perdió nada, tal vez el tobogán que le diera rápido alivio a mi necesidad de no tener que explicarme una y otra vez, pero sólo eso.

Y nos hemos dado cuenta a lo largo de esta vida de amapola que las historias no nos suceden de ese modo. No nos escogen, no somos ninguna especie de elegidos, la lógica amapolezca se basa en detalles, en arduas horas de adaptación y readaptación, como corresponde a las flores, lidiando con los incrédulos e ignorando preguntas absurdas, pero con días donde se puede escuchar la respiración de la imaginación, con los viajes inmóviles que transportan a la sonrisa de las gárgolas, con la satisfacción de que nada se pudre si el "no" se toma con más ligereza como un amargor dentro del dulce néctar de la vida.

jueves, 5 de agosto de 2010

Mientras


Debí haber escrito desde hace muchos días pero no pude. No podía ni pensar, me la pasé alucinando por lo menos 5 días, soñando en que mis pies se hacían muy pequeños y que podía calzarme con tazas de té inglesas pintadas a mano. Llegué a escuchar mis tintineos sobre el piso de la cocina.

Me concentraba por horas para no sentir mas, respiraba profundo y en total silencio tratando de escapar pero el dolor llegaba puntual y entonces pensaba que la vida era terrible.

Y sí que lo es, está llena de recovecos cavernosos donde aprendes de memoria cada punto frágil de tu cuerpo, donde sientes cada nervio y sabes que no podrás comer, que deberás tragar otra dosis de ibuprofeno y que la noche será de insomnio feroz.

Ayer que salí de mi estado, decidí que mientras el mundo, la vida sigue en su loca carrera, mientras se abre o se cierra un espacio, mientras me manda la buena o mala nueva sobre mi futuro, mientras el tráfico, la mala educación, las frustraciones, mis muelas, mis errores... Yo voy a seguir los pasos de la tetera y soñaré en volverme japonesa, llenaré de gracia mis movimientos cada vez que me acuerde, soñaré con ir a Nueva York el próximo abril y me confeccionaré un precioso sombrero para el Easter Parade aunque probablemente el próximo abril me encuentre decorando el árbol de mi ventana. Seguiré en el camino amarillo de todos los días y cantaré una y mil veces la canción de las habichuelas.

Aprenderé por fin alemán y dedicaré mis días al teatro, envejeceré azul llena de árboles en la piel. Se me romperán varios platos, varias ilusiones y varios sueños. Tal vez me tomaré muchas cucharadas de horribles medicinas y venenos pero mientras todo eso sucede no habrá una mínima partícula de amargura, ni una pequeña grieta de podredumbre, seguirá la canción de las habichuelas porque la vida es terrible sólo a veces.

miércoles, 14 de julio de 2010

¿Donde estás?

¿Se me quitará la manía de enredarme de vez (cada dos años) en vez (todos los días de una semana) en cortinas vaporosas para mirar la lluvia?
¿Podré dejar de necesitar el espacio caliente y silencioso de un té (uno al día) en soledad y a pequeños sorbos?
¿Se me pasará la añoranza al piano de la casa, que tiene que conservarse, que nos seguirá a todos nuestros refugios para que el fantasma de la abuela lo pueda tocar cuando quiera?
¿Algún día podré, seré capaz de decir el porqué, el cómo de cada pequeño gesto, de cada cambio de humor, de la pequeña o grande decepción que me provoca comprender o no poder comprender?
¿Será un capricho?

Muchas de las grandes cosas que me pasan, me pasan lejos de todo, en un tiempo heroico y continuo. Me pasan mientras camino y me encuentro con un diminuto jardín perdido en la ciudad. Una esquina llena de enredaderas y hierba crecida que me atrae porque es húmedo y parece secreto, porque se pueden escuchar las murmuraciones de un montón de capullos que protegen el sueño de durmientes orugas. Puedo sentir la respiración de la metamorfosis y pienso "esto es un umbral", la marca del tesoro entre lo que es y lo que será. Me doy cuenta de que yo misma me encuentro bajo un umbral que aletarga los sonidos de mi alrededor, estoy en el filo de un antes y un después, en el horizonte de los sucesos, esa es la razón por la que cada vez que toco una carta, aparece una descarnada calavera. ¿Donde está su piel? Está siendo cuidadosamente hilvanada por el destino.

Como me siento desnuda, vulnerable, casi no frecuento humanos, casi no les hablo. De repente algunos, de esos malos, se acercan para hacer preguntas que no puedo y no quiero responder, acechan para criticar, para herir. Vienen precisamente ahora, después de años de haberme alejado de ellos. No entienden que ya estamos separados por muchos umbrales, que la que miran ahora es una muy distinta a la de hace tres años. Distinta pero con los mismos gestos, los mismos reveses.

Entre esas cosas que no cambian, que se quedan siempre pegadas al esqueleto están unos cristales de fuego llamados pasiones y mi vida solitaria, esa que sucede cuando nadie mira, que empieza desde mis sueños nocturnos, que me acompaña a a través de mis pies descalzos y que se adereza con preciosos pensamientos escondidos entre mis cabellos (las nubes, un columpio, las horas de un pot au feu y la máquina del tiempo). Una vida con lenguaje de ser elemental compuesto de aire y remolino, que cruje como un encaje antiguo.

El cuerpo sin piel busca el bálsamo de los jardines, el aire libre de los pájaros, de los perros negros, de las ranas, busca las texturas de las letras en libros y el color de las acuarelas visitadas en un viejo cuarto de infancia.

Es ahí donde estoy cuando me preguntan ¿Donde estás?

miércoles, 26 de mayo de 2010

Historias de cocina



Tengo una diminuta cocina en un diminuto departamento pero es toda roja, caprichosamente ha ido eligiendo su color. No hay puertas que la separen de los demás espacios, por lo tanto es el centro de la casa. La reina roja que decide los olores y los sabores de nuestros días.

Poco a poco hemos ido comprando los utensilios necesarios e innecesarios para cocinar. Trastos de formas distintas y aparatos con varias velocidades. Hemos elegido meticulosamente nuestros cuchillos para cebolla, nuestro rallador de queso, el salero y el pimientero (los amamos tanto que los hemos recomprado varias veces para regalarlos).

La última compra fue un horno eléctrico. Me tardé varias semanas para atreverme a usarlo: sólo tosté unos baguels, después hice carnes. verduras, soufflés.

Nuestro primer intento de postres no resultó, no salieron los cupcakes de zanahoria con los que quería sorprender a M. Renard. Quedaron crudos, después para el cumpleaños de J. el caballo que horneamos quedó hermoso pero tan duro que era imposible meterle el diente y entonces empezamos a pensar que el horno estaría embrujado. Ningún pastel se hornearía.

Y sin querer el horno empezó a ocupar nuestros pensamientos, nuestras conversaciones. Mi madre sugirió paciencia y comprensión los hornos son como los gatos, hay que aprender a conocerlos, a entender sus ritmos y sobretodo su temperamento. Al parecer nuestro horno era bilioso, se enardecía con demasiada rapidez.

La preocupación fue tal que en un día hablando con una de mis amigas, decidimos desencantarlo. La cita sería un domingo a las 17 horas.

Contábamos con la receta infalible, A. traía sus experimentadas manos y moldes para hacer panquecitos. Le tocó la parte más difícil porque tuvo que pelearse con 250g de mantequilla y con mi torpeza. La emoción era tan grande que sólo lograba parlotear alrededor de ella.

No sé en qué consistió que las cosas salieran de maravilla, creo que fue el conjunto de las manos mágicas de A. nuestro entusiasmo, nuestras risas, nuestro cuidado (y sí también mis tropiezos) tal vez fue el aceite de mejillones que se desparramó y que la mantequilla voló incrustándose en toda clase de vidrios y muebles, pero en 20 minutos los panquecitos se "veían y olían delicioso".

Estuvimos hablando hasta las 3 de la mañana, absortas en el tiempo de los encantamientos, sin importarnos el trabajo del día siguiente.

El horno se relamía los bigotes de horno mientras se iba enfriando.

En casa se hornean pasteles los domingos, rodeados de amigos y la reina roja nos reserva las mejores texturas y los mejores sabores. La felicidad de la vida hecha a mano.