martes, 7 de septiembre de 2010

No hay que tomarse tan en serio

Me refiero a que soy increíblemente afortunada, pero de un tipo distinto desde el comienzo.

De niña nunca me escogieron para representar un personaje importante en ninguna obra de teatro escolar. Nunca fui una vírgen María de manto azul y siempre ví con mucha codicia las alas de los angeles, tan luminosas que me hacían suspirar. Pero no me tocó ser angel.

Estaba hecha para otra cosa, por ejemplo para que las artes creativas de mi madre se las ingeniaran pintándome la nariz de "venado" con pintura de zapatos. Estaba hecha para ser el venado al que NUNCA se le despintara la nariz.

No fui princesa, no fui flor. Pero fui seres memorables como Cuasimodo o como el "conejo muerto" con su eterno hilo de sangre chorreando de la boca y hasta algunas veces del cuello.

Tuve la suerte de ver las cosas a través de ojos miopes y confundir lunares con chispas de chocolate, electricistas con estatuas colgantes y alacranes con mascotas.

Me distinguí siempre por las otras cosas. Cosas como agarrar todo de maneras torcidas(cucharas, plumas, tijeras, violas), cosas como las letras revueltas y los juegos de palabras y las manchas de tinta en todo lo que tocara.

A los diez años me interesé por los instrumentos de cuerdas y viví con fascinación el dolor de interminables repeticiones de escalas. No veía la tele y aunque hablaba como merólico, a veces no sabía qué decir, entonces me comunicaba por medio de cerebros que decodificaban mis pensamientos gracias a un código de dibujos.

En la adolescencia me dediqué a escribir funerales para mis conocidos. Los relatos comenzaban con un accidente, una muerte hecha a la medida para dar lugar a un funeral que desenredara todas las emociones suicidas de la edad y terminara en una lectura llena de sollozos y de abrazos.

Pero no, nada en mí era lúgubre, depresivo o antisocial.

No pertenecí a ningún clan. No fui popular o impopular. Tampoco me refugié en el silencio de las bibliotecas, ni miré con tristeza las risas de los otros.

Era loca, eso es todo, pero ahora me doy cuenta que ese "loca", era libertad. No había que aparentar, simplemente se era, aunque eso significara volverse un poco loco. Las escuelas tienen la gran cualidad, a pesar de lo que se diga, de aceptar a sus integrantes tal y como son, porque van creciendo con ellos.

Sé que hubieron formas de decir "loca" que tenían una intención de herir, de descalificar porque a lo largo de mi vida siempre he encontrado a algunos incrédulos que no pueden concebir a un ser tan complicado de aprehender como yo.

Les parezco casi irreal, casi de juego y piensan que no me es posible entender la vida real tal y como es.

Y creo que tienen algo de razón, dentro de mí hay algo incompleto, apenas esbozado que se ha revelado como un obstáculo y también como una fortaleza. No puedo tomarme con tanta seriedad y gracias a ello, me es posible entender cómo voy construyendo la vida que quiero vivir.

Es evidente que de niña me hubiera hecho feliz tener alas de ángel y agitarlas dramáticamente en un escenario, que de adolescente me habría encantado tener ese novio guapísimo por el que languidecí tres años y es muy seguro que habría agradecido mucho haber sido 5 cm más alta.

Sí, haber ganado en todas las loterías de la vida habría sido muy placentero pero me doy cuenta de que la vida no está determinada por esas loterías, sobretodo cuando desde el principio te has revelado con una fortuna distinta, apoyada en otras experiencias.

Ahora de adulta, con una novela que se quedó sin beca, que se quedó sin ese dedo que la hubiera hecho casi mágicamente algo serio, algo válido, no queda más que precisamente una historia que debe contarse, una historia que palpita con su potente corazón y que me carcome en todo momento.

¿Qué se perdió?

Al final, no se perdió nada, tal vez el tobogán que le diera rápido alivio a mi necesidad de no tener que explicarme una y otra vez, pero sólo eso.

Y nos hemos dado cuenta a lo largo de esta vida de amapola que las historias no nos suceden de ese modo. No nos escogen, no somos ninguna especie de elegidos, la lógica amapolezca se basa en detalles, en arduas horas de adaptación y readaptación, como corresponde a las flores, lidiando con los incrédulos e ignorando preguntas absurdas, pero con días donde se puede escuchar la respiración de la imaginación, con los viajes inmóviles que transportan a la sonrisa de las gárgolas, con la satisfacción de que nada se pudre si el "no" se toma con más ligereza como un amargor dentro del dulce néctar de la vida.

5 comentarios:

  1. Querida Amapola:
    Primero tengo que decir que esta entrada ¡me encanta! Y segundo: yo quiero estar loca igual que tú, si esa locura me hará maravillosa, libre, distinta. Quiero ser igualita a ti, en serio.
    Fújur y yo te queremos.

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  2. No te tocó representar esa flor del jardín del espejo en primaria, pero eres esa amapola que provoca sonrisas en los que te leen, en los ven esos pétalos que te forman, en tu ser distinta. ¡Me declaro fan de las Amapolas locas, distintas y tan libres!

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  3. qué te puedo decir, tu jarabe de amapola destila palabras que encantan. Y bueno, ¿sabes? no necesitas beca para escribir, tu imaginación se desborda de cualquier subvención.
    P.D
    Un secreto, yo también perdí una beca este año y gane más fuerzas para seguir adelante.

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  4. Querida! Olvidesé de las becas, pero sabes perfectamente que si algo puedo hacer para publicar esa novela, cuentas conmigo! Yo, más que encantado, y lo sabes.

    Saludos.

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  5. ¡Me encanta esa locura! Sí, porque es la que dicta cuentos al oído y la que llena de luz los ojos de los enamorados.
    ¡Maravillosa locura que nos deja ser libres!
    Esa novela está buscando su lugar y momento adecuado... y lo va a encontrar.
    Un abrazo fuerte, fuerte.

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petalos